Beevor desnuda los crímenes de guerra de EEUU y la derrota británica en las Ardenas

Beevor desnuda los crímenes de guerra de EEUU y la derrota británica en las Ardenas

Madrid, 15 jun (EFE).- La brutalidad y las durísimas condiciones meteorológicas durante los combates de la batalla de las Ardenas, narrada en su nuevo libro por Antony Beevor, permiten desnudar el mito norteamericano y señalar crímenes de guerra estadounidenses, que con frecuencia son ignorados por los historiadores.

En una entrevista con Efe hoy en Madrid con motivo de la presentación en España de esta obra «Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler» (Editorial Crítica), Beevor admite con deportividad británica que ese enfoque tal vez no sea muy bien recibido en Estados Unidos cuando acuda allí a presentarlo.

Las ejecuciones sumarísimas perpetradas por los norteamericanos ocurrieron tras conocerse la matanza de prisioneros estadounidenses en la localidad de Malmedy.

El libro precisa que hubo 43 penas de muerte para sus autores -del grupo de combate Peiper- del Ejército alemán, que asesinó a sangre fría, entre otros, a unos 80 prisioneros estadounidenses.

No obstante, gran parte de aquellas condenas del tribunal de Dachau fueron luego revocadas por los aliados.

La ofensiva de Ardenas fue el último e inútil órdago del líder nazi Adolf Hitler, que el propio general alemán Heinz Wilhelm Guderian, consideró una aventura inútil.

Además, favoreció el derrumbamiento de las defensas alemanas en el frente oriental.

Y es esta una de las principales conclusiones que quiere subrayar Beevor al mencionar las quejas del mandatario ruso, Vladimir Putin, quien en las recientes celebraciones del 75 aniversario de la derrota nazi en Europa dijo que la contribución soviética era infravalorada.

De la oscuridad del bosque de Hürtgen, donde se debilitan las escasas fuerzas norteamericanas, Beevor traslada al lector a los gélidos alrededores de la hoy famosa localidad belga de Bastogne, donde quienes erróneamente han infravalorado a los estadounidenses y su voluntad de combate son los alemanes.

Este autor concede que, tal vez, la propia propaganda nazi ha contribuido a hacerles creer que todos los estadounidense correrán en masa, como sí hicieron algunas unidades, al ver y escuchar el rugir de los Panzer sobre las carreteras heladas en las que los Sherman patinan con sus estrechas orugas.

Es un duelo en el que la moral de victoria norteamericana, fuertemente anclada en los «milagros» del general John C.H. Lee, vence a la minada moral de los alemanes, confiados en una débil cadena de aprovisionamientos, estrechada por una ínfima red de carreteras y servida desde una retaguardia machacada por la aviación aliada.

Los elogios de Beevor a Lee por haber puesto a salvo el 85 % del material de guerra e impedido que cayese en manos enemigas se tornan lanzas al describir el «momento más oscuro» del general Omar Bradley.

Aislado de sus divisiones en su cuartel general de Luxemburgo, el militar norteamericano se consume en la humillación al ver como el grueso de XII grupo de Ejércitos pasa al mando del británico Bernard Montgomery.

Según explica Beevor, «enfadado y a la defensiva» por haber incurrido en un error «de riesgo calculado» al dejar tan descuidada la línea defensiva, Bradley incluso sonríe al escuchar las alusiones a los fusilamientos de paracaidistas alemanes.

«No sólo Bradley» responde con contundencia el historiador británico a la cuestión de la aprobación por los mandos de las ejecuciones sumarísimas aliadas.

«Resulta chocante que varios generales, empezando por Bradley, aprobaran abiertamente el fusilamiento de prisioneros de guerra como represalia», escribe Beevor al referirse a los documentos que narran la versión estadounidense de la matanza de Chenogne en la que murieron 70 prisioneros alemanes.

Quien se lleva la peor parte del libro entre los aliados es probablemente el insaciable mariscal de campo británico, incapaz siquiera de entender que Bradley no era su admirador sino que le odiaba.

Monty logró aunar el desprecio de todos los altos oficiales estadounidenses por pretender figurar siempre como el mejor y mas adecuado para la misión del mando.

Su ambición le condujo al aislamiento y de la derrota política del Reino Unido en la campaña de las Ardenas quedó el rencor perpetuo que cultivaría Dwight David «Ike» Eisenhower.

En este punto Beevor insinúa abiertamente que la reacción del luego presidente estadounidense durante la crisis del canal de Suez más de once años después «viniera condicionada por sus experiencias de enero de 1945». Alfonso Bauluz

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