Esperanza y decepción en la tierra de los Obama

Esperanza y decepción en la tierra de los Obama

Kogelo (Kenia), 24 jul (EFE).- En su improvisado taller bajo un soportal de Kogelo, Frederik Onyango rebusca entre una pila desordenada de zapatos viejos pendientes de reparar. Son las cuatro de la tarde y aun no ha tenido ningún cliente, pero eso no le impide sonreír a los viandantes que desfilan ante él con paso tranquilo.

En este pequeño pueblo, cuyo gran hito es que vio nacer y crecer al padre del actual presidente de Estados Unidos, casi nadie espera que contar con tan ilustre linaje vaya a mejorar sus vidas y solo los que lucen el apellido Obama -un hermanastro, la abuelastra y un primo lejano- han logrado prosperar.

El resto, como Frederik, hace lo que puede para ir tirando. «Normalmente tengo más trabajo los días de mercado», confiesa a Efe con cierto pudor.

Durante años malvivió trabajando como eventual en el aeropuerto Jomo Kenyatta de Nairobi, pero un día se acabaron los contratos y decidió volver a Kogelo en busca de algo mejor.

«Obama no puede hacer nada por esta gente», comenta con desdén Augustine Korir, un joven de 27 años que trabaja como chico para todo en el ostentoso hotel de Nicholas Rajula, primo lejano de Obama. «Si hubiera venido antes, cuando fue investido, quizá, pero ahora ya es demasiado tarde».

Incluso la escuela primaria Senador Obama está en un estado lamentable: pintura desconchada, ventanas sin cristales y clases sin apenas pupitres ofrecen una estampa desoladora.

«Hace mucho que no recibimos fondos. Creen que, por llamarse Obama, alguna fundación lo financiará», lamenta el director del centro, Manasseh Oyucho.

Solo el Gobierno local, que ha gastado 10.000 euros en una chapucera renovación de las tumbas del padre y el abuelo de Obama, aun confía en revitalizar la maltrecha economía de la zona gracias al viaje del presidente estadounidense, que aterriza hoy en Kenia y cuya apretada agenda no cuenta con una parada en Kogelo.

La segunda visita de Obama a la tierra natal de su padre, cuando todavía era senador, trajo consigo unas expectativas de desarrollo ficticias que se vieron alimentadas por la construcción exprés de la carretera y del tendido eléctrico que aún hoy, y a falta de alternativas mejores, son el orgullo del pueblo.

La decepción por la riqueza prometida que nunca llegó no impide que los habitantes de Kogelo, con cierta inocencia, vean a Obama como uno de los suyos. «Me gustaría que viniera a vernos, es un keniano como nosotros», dice Frederik con su perenne sonrisa desdentada.

Después de todo, que un chico del pueblo lograra ir a Estados Unidos para estudiar y engendrara al que más tarde se convertiría en presidente sigue siendo un motivo de satisfacción para la mayoría y algunos, como Vitalis Oloo, sienten una genuina admiración por él.

De camino a casa de un vecino, Vitalis hace una parada corta para descansar y sujeta con cuidado una planta de chile que lleva en el portaequipajes de su bicicleta oxidada. No tiene mucho que hacer, así que se dedica a ir de casa en casa buscando algún empleo esporádico con el que ganar unos cuantos chelines.

Su fascinación por Obama comenzó el día en el que fue investido presidente. Ese día compró todos los periódicos que pudo encontrar y desde entonces guarda revistas, calendarios y cualquier otra publicación como si fueran un tesoro de valor incalculable.

«Cuando crezcan, explicaré a mis hijos quién es Obama y todo lo que consiguió a pesar de que su padre salió de un pueblo como Kogelo», relata.

Su afán por recopilar periódicos surge de la firme convicción de que sus hijos le exigirán pruebas de sus maravillosa historia y quiere estar preparado.

Con independencia de si finalmente visita el pueblo de sus ancestros, donde necesitaría un traductor para hablar con su abuela, la vida en Kogelo seguirá entre cosechas de maíz y empleos eventuales mientras algunos sueñan con la llegada masiva de turistas deseosos de conocer el pasado familiar de Obama.

Frederik, ajeno a esos castillos en el aire, espera paciente en su improvisado taller a que llegue algún cliente y, en unas semanas o quizás meses, «reunir suficiente dinero para comprar nuevas herramientas y hacer reparaciones más complejas», nada más.

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