El Barça, campeón de Copa, Messi, rey de reyes

El Barça, campeón de Copa, Messi, rey de reyes

El argentino somete al Athletic y lleva al Barcelona a la conquista de la Copa con dos goles, el primero inolvidable

La historia, siempre esquiva con los personajes malditos, quizá no recordará a Mikel Balenziaga, un fornido estibador al que su entrenador le encomendó el papel más ingrato de su vida. Porque defender a Leo Messi, probablemente el mejor futbolista de siempre, llevaba consigo no sólo la condena, sino el recuerdo para toda una vida. El chico de Zumárraga se convirtió en la metáfora de la tortura de un Athletic incapaz de darle esquinazo a su destino, sometido por un argentino empeñado en llevar su leyenda al límite.

Porque la final de la Copa del Rey, inaugurada con una monumental pitada al himno que Felipe VI soportó serio y clavado al palco, concluyó cuando quiso Lionel Messi. Le parecieron muchos esos 20 minutos en los que el esforzado Balenziaga, siempre con el corazón a punto de atravesarle el pecho, intentó cercenar su participación. Ya fuera colgándose de su cogote, persiguiéndole hasta los confines del campo, o reclamando las ayudas necesarias a sus compañeros. Pero La Pulga, enfurruñada, pidiendo incluso explicaciones al árbitro, dijo basta. Y tramó un gol para siempre. De los más bellos que vieron nunca los que tuvieron la fortuna de acudir al Camp Nou.

Todo comenzó a diez metros de la línea de medios, ya en el campo del Athletic. Se las prometieron felices los tres defensores vascos, que lograron arrinconar a Messi en el lateral. Pero el argentino escapa a toda lógica. Izquierda, derecha, cambio de ritmo y carrera hacia el firmamento. Ni siquiera alcanzó Mikel Rico a despertar a los suyos de la pesadilla. Llegó tarde para hacer la falta. Y La Pulga, ya en el área, coronaría su obra maestra con un recorte a Laporte que no sería más que el preludio a su orgasmo. Ni siquiera importó que Herrerín intuyera lo que vendría a continuación. El latigazo con el botín izquierdo, dirigido al palo corto, no obtendría más respuesta que la admiración.

Herrerín salvó del correctivo

La marea rojiblanca no bajó hasta que Messi cerró la noche con su segundo tanto de la final, tras avanzarse a tres rivales para rematar un pase de Alves. Por entonces, el Barcelona ya había olvidado ese sentimiento contradictorio de sentirse un extraño en su propia casa. Porque por mucho que el estadio fuera el Camp Nou, el espíritu fue el de San Mamés. Los cánticos eran los de San Mamés. El corazón era el de San Mamés. Pero el fútbol siempre perteneció a los propietarios del estadio.

Atrás había quedado ese ímpetu con el que afrontó el Athletic el choque, con su defensa en la línea de medios, y el agitador Williams, goleador en ese ocaso en el que Neymar sacó su lado más travieso, como capitoste en la presión avanzada. Una apuesta que a Valverde ya no le salió demasiado bien en el encuentro liguero en San Mamés (2-5) y que esta vez, con un perfil aún más bielsista, tampoco aportó demasiado.

El Barcelona pudo atacar así los espacios a sus anchas y completar así su particular Blitzkrieg. Herrerín tuvo que crecerse ante la acumulación de ocasiones azulgrana en el primer acto, arrebatándole goles a Suárez, Piqué, Neymar e incluso a Messi, tras una falta directa que volvía a tener aroma a gloria.

La sentencia, sin embargo, había llegado poco antes. Neymar, liberado por el tímido marcaje del bisoño Bustinza, fue quien coronó una gran jugada colectiva parida entre Messi, Rakitic y Suárez. El brasileño podría así olvidar el tanto que el árbitro le había anulado en el primer tramo por un discutible fuera de juego.

Zanjado el asunto merced a una primera parte impecable, el Barça pudo ya preocuparse de la final de la Champions. De ahí que Luis Enrique corriera a sustituir al lastimado Iniesta y que Xavi se despidiera de corto del Camp Nou.

La gabarra, 31 años después, seguirá dormitando en el Museo Marítimo de Bilbao, con la ría llorando su prolongada ausencia. Y el Barcelona, con el sexto doblete de su historia ya en las vitrinas, podrá seguir soñando por la triple corona. La eternidad aguarda en Berlín.

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