Miami, 26 jun (EFEUSA).- Un grupo de personas, algunas ya con el cabello blanco y el bastón en la mano, se arremolinan frente a una foto en blanco y negro expuesta en el museo HistoryMiami y señalan unas caras aniñadas en las que, 50 años después, se reconocen: son los rostros de la Operación Pedro Pan, el éxodo infantil que entre 1960 y 1962 desplazó a 14.000 niños cubanos a Estados Unidos, donde sus padres deseaban para ellos un futuro mejor, lejos del comunismo.
La exposición «Operación Pedro Pan» expone a partir de mañana las memorias de aquellos jóvenes de 6 a 18 años que un día dijeron adiós a sus padres desde lo que llamaron «la pecera», una zona acristalada del aeropuerto de La Habana que ha sido recreada en este museo de Miami y frente a la que, según explicó en entrevista con Efe el senador Melquíades Martínez, «hay que ser fuerte» para contener las emociones que llevan «casi a las lágrimas».
Martínez, uno de los protagonistas del que se ha considerado el éxodo más grande de niños del siglo pasado en Occidente, visitó esta semana la exhibición, que «toca el alma», y recordó que en su viaje a Estados Unidos, en 1961 y con 15 años, tenía esperanzas de llevar una «nueva vida» lejos del régimen castrista pero a la vez sentía confusión por estar lejos de sus padres en un «ambiente desconocido» que tildó de «traumático».
La mitad de los niños y adolescentes fueron a casas de parientes o amistades en el país, y la otra mitad a hospedajes proporcionados por la Iglesia católica, por ejemplo a los cuatro campamentos del sur de Florida donde pasaron varios años hasta reunirse con sus familias niñas como Carmen Valdivia, presidenta del comité histórico de la organización Operation Pedro Pan, que ha recolectado durante tres años artículos y objetos de los protagonistas de aquel viaje.
A pesar de las dificultades a las que se enfrentaron los niños, a la «morriña» del hogar y la incertidumbre sobre su futuro, Valdivia, hoy arquitecta, sonríe al recordar sus memorias de infancia en el campamento de Florida City y recuerda con cariño los cuidados que les brindaron las religiosas.
«Dejaba atrás cosas muy feas, violencia», relató a Efe la cubana, quien reconoció que por la noche surgía la preocupación por lo que estaría ocurriendo a sus familias en Cuba.
Las pequeñas camas en las que dormían, un juego de canicas, unas maracas, pijamas, pasaportes y libros son algunos de los objetos que recuperan la memoria de los infantes en el recorrido por la exposición, que se mantendrá abierta hasta el 17 de enero y también incluye piezas audiovisuales donde los participantes del operativo relatan su experiencia.
Asimismo, abre sus páginas al visitante algún que otro diario que conserva, gracias a la fuerza de la tinta, los pensamientos y los autógrafos de las amistades forjadas en aquella época y que aún en la actualidad se siguen reuniendo con frecuencia.
«Perdimos la patria y los padres, pero nos unimos para seguir adelante», apuntó otro de los protagonistas del éxodo, Melvin Noriega.
Sus padres «tuvieron el coraje» de enviarlos a Estados Unidos para evitarles la «eterna pesadilla que sufren los que allí quedaron» después de que Fidel Castro mandó cerrar las escuelas religiosas y enviar a los curas fuera del país, relató.
Y aunque por la noche «uno empezaba a llorar y los demás seguían», pesaron más las oportunidades que les abrió trasladarse a otras ciudades, como Miami, que los malos tragos de la adaptación a su nueva realidad.
En un ensayo que cuelga en una de las paredes, escrito por la cubana Ada Díaz para su escuela, en inglés, donde recuerda su último día en Cuba, la joven asegura comprender por qué sus padres la enviaban lejos del hogar: para protegerla de aquellos «cambios drásticos» que «robaron» a sus padres el dinero que habían ganado.
Según escribió a máquina hace cincuenta años, el viaje acabaría cuando Cuba fuera «liberada» y, aunque muchos pensaron que se reduciría a unas vacaciones de verano, acabó alargándose una vida.
Eso fue lo que pensó José Azel, profesor Senior en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami, que pasaría allí solo un tiempo cuando llegó a los 13 años huérfano y se alojó en la casa de un familiar.
Azel opinó que la valentía y las ganas de salir adelante de muchos de aquellos niños fueron la semilla de una carrera exitosa en muchos casos, como el del senador Martínez, el alcalde de Miami, Tomás Regalado, o el cantante Willy Chirinos.
Además de la madurez que impone depender de uno mismo, la dispersión de los infantes por 40 estados contribuyó a su adaptación, tanto cultural como lingüística, en los Estados Unidos.
No obstante, concluyó Azel, entre los llamados «Pedro Panes» se cuentan por igual los casos de «grandes éxitos profesionales» y de «fracasos personales», que a veces van agarrados de la mano.
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