La Milagrosa, una pasión habanera que conmueve por Jorge Moreta

La Milagrosa, una pasión habanera que conmueve por Jorge Moreta

Viajeros o turistas deben visitar en La Habana el cementerio Colón. Su nombre responde al grandioso objetivo con el que fue planificado: Albergar los restos del almirante. Pero, como ustedes saben, las cenizas del genovés se esfumaron cuando en Cuba se arrió la bandera española. “Polvo eres y en polvo te convertirás”, aunque en La Habana el polvo, en su acepción española, sea una importante fuente de ingresos.

Despojos del almirante al margen, porque eso son los cadáveres, despojos de la vida, lo cierto es que a mediados del siglo XIX ya se moría mucha gente en La Habana y los camposantos se quedaron pequeños para tanta lágrima. El cementerio Colón, con 56 hectáreas y trazado de campamento romano, es una verdadera ciudad de los muertos. Nada hay más comunista que la muerte, que a todos nos igualará, pero, paradójicamente y aún más en la isla del “coma-andante”, en este lugar la propiedad es privada. Morir, al margen de arruinarte la vida, cuesta el riñón que ya no te funciona.

Las guerras por la Independencia, demasiada muerte para una derrota compartida por cubanos y españoles, lo llenaron de inquilinos y épica. Demasiada. Es sabido que nada santifica tanto como la muerte. “Líbrame, Señor, de las alabanzas que ya no podré escuchar”. Pero en la necrópolis Colón hay tantos mausoleos que es un auténtico museo al aire libre con obras escultóricas sobresalientes como la Piedad de Rita Longa o un Cristo de Mariano Benlliure camino del cielo, aunque no se decida a partir. Le entiendo. A mí tampoco me seduce dejar La Habana.

Si se animan a emprender la visita entre tanta Historia, háganlo en compañía de los guías que ofrecen sus servicios a la entrada. La inversión, pequeña, enriquecerá notablemente su paseo. También les aconsejo madrugar porque apenas hay sombras; los muertos no las necesitan, y si caminan a pleno sol, corren el riesgo de quedarse aquí para siempre.

Gracias a sus leyendas, la necrópolis Colón no es un lugar triste. Las tumbas están llenas de historias sorprendentes que sobreviven a la descomposición de sus titulares. Pero en cuanto a devoción popular se refiere, Amelia Goyri, La Milagrosa, no tiene rival.

Amelia falleció en 1901 a una edad donde uno empieza a vivir, veinticuatro años, y embarazada de ocho meses. Doble drama. Pertenecía a la aristocracia habanera y, como era costumbre de su época, fue sepultada con su hija entre las piernas.

Aseguran que llovieran, tronara o amenazara un ciclón, su viudo José Vicente Adot, perturbado por la muerte de esposa y del bebé en camino, visitaba cada día la tumba. Lo hacía de negro riguroso y hacía sonar la argolla izquierda de la tumba, por ser la más cercana al corazón. Tras llamar a la puerta de la nueva morada de su amada, susurraba: “Despierta mi Amelia…” Estaba convencido de que su mujer tan solo dormía. Cuando se despedía del durmiente cadáver, caminaba hacia atrás. No era un capricho: “A una dama –argumentaba- no se le da la espalda, y mucho menos a mi Amelia”.

La leyenda que para muchos cubanos es dogma de fe asegura que, cuando trece años después, abrieron la sepultura para enterrar al padre de ella, José Vicente insistió en verla por última vez. Para sorpresa de todos menos del viudo, Amelia y su hija permanecían incorruptas. La niña, además, estaba cobijada en los brazos de la madre. José Vicente Adot se encerró por la conmoción veinticuatro días hasta que regresó a este cementerio, donde diariamente y durante los cuarenta años que aún vivió, siguió respetando el ritual.

Miro su tumba con las fotos de ambos. Hoy, bajo esta lápida de mármol blanco, duermen juntos o conversan, quién sabe, por toda la eternidad bajo esta hermosa tumba coronada por la escultura de Amelia con la niña en brazos. La imagen del triunfo frente a lo inevitable.

Si quieren encontrar una explicación racional a lo relatado, la mujer murió desangrada, lo que explicaría la integridad de sus restos. También que la criatura cambiara de posición, porque el terreno está en pendiente. Pero si usted cree en los milagros, seguro que encontrará una explicación mucho más extraordinaria.

Sea como fuere, Amelia Goyri, La Milagrosa, es hoy santa habanera por la gracia del pueblo y es una devoción que conmueve. Su leyenda nunca muere y sobrepasa fronteras. Cada mañana recibe cientos de cartas, desde la isla, desde Miami o desde otros continentes, con los ruegos más variopintos. Si un día se animan a visitarla, llévenle flores y, al despedirse, no olviden caminar hacia atrás. A una dama, recuerden, nunca se le da la espalda… y mucho menos a Amelia.

jorge

Jorge Moreta (Salamanca, 1972). Se licenció en Ciencias de la Información en la Universidad Pontificia de Salamanca, su ciudad. Antes, desde los dieciocho años, inició su colaboración con los medios de comunicación. En 2009 publicó Cuba, más allá de Fidel (Editorial Altair –Heterodoxos- 3ª edición www.cubamasalladefidel.com), finalista en 2010 del Premio de Literatura de Viajes Camino del Cid y finalista también ese mismo año del Premio de la Crítica de Castilla y León. Un libro donde realiza un recorrido de 3.000 kilómetros en coche por la isla, de oriente a occidente, y también por su historia y personajes. Este 2014 ganó el Concurso de Relatos de Viaje Moleskin con Lisboa, directa al corazón.

Web del autor
www.cubamasalladefidel.com
Twitter: @jmoreta23

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