Nueva York, 5 jul (EFE).- Todavía bajo los efectos del milagro paisajístico e inmobiliario del Highline, Nueva York busca ir un paso más allá con el Lowline, que convertirá una antigua estación de tranvías en un vergel subterráneo que abrirá en 2018 y que esta semana ha empezado su campaña de financiación colectiva.
En plena aridez asfáltica del Lower East Side parece un espejismo, pero poco a poco va acercándose a la realidad este proyecto que dará la vuelta a un espacio creado en 1908 y olvidado desde 1948 y que pretende llenar un acre (aproximadamente 4.100 metros cuadrados) de plantas, tecnología solar y sentimiento de comunidad.
Será, a no ser que otra ciudad se adelante, el primer parque subterráneo del mundo.
«Es un proyecto que es raro, único y ambicioso. Conforme han ido pasando los años, mucha gente se ha ido sumando hasta hacerlo una posibilidad real. Estar bajo tierra no es la idea más obvia para ir al parque, pero la tecnología realmente revoluciona el espacio y abre un mundo entero de posibilidades, no solo aquí sino en todo el mundo», asegura a Efe la directora de comunidad del proyecto, Robyn Shapiro.
En 2012 comenzó la campaña de concienciación: se abrió una exposición mostrando las ideas aparentemente utópicas para recuperar el espacio adyacente a la estación de metro de Essex Street.
La aceptación fue tal que el equipo de Lowline quiso alcanzar su sueño y un grupo de diseñadores e ingenieros de la casa RAAD (con James Ramsey a la cabeza) se puso manos a la obra.
Algunas celebridades, como Edward Norton, Diane Von Fürstenberg o Mark Ruffalo, quisieron apoyar la propuesta y el laboratorio de ideas se disparó para crear una experiencia única.
«No será estar al aire libre, pero tampoco será como estar en un sitio cerrado. Será una experiencia muy agradable, que alargará las horas de luz y ofrecerá la posibilidad de huir del frío en invierno. Además, es una idea inteligente para solucionar un problema creciente de espacio en las ciudades en constante crecimiento», asegura Shapiro.
El Lowline comenzó esta semana una campaña de recaudación para dar el empujón a un proyecto que costará 60 millones de dólares, pero también sigue investigando en su laboratorio de ideas, que en septiembre hará una segunda exposición más avanzada, en la que mostrarán pequeñas muestras de la sensación tan especial que se producirá en este lugar.
Al estar bajo tierra, por supuesto, el primer reto que tienen es el de la luz, pero han desarrollado un sofisticado sistema de lo que llaman «claraboya a distancia».
Este sistema recoge la luz solar en la superficie y la deriva a un complejo laberinto de reflexión que la multiplica hasta generar prácticamente una sensación de luz natural a varios metros bajo el suelo y permitir, además a las plantas, árboles y césped realizar la fotosíntesis.
También contará con un sistema de ventilación que garantizará que el Lowline no deje de ser una salida a respirar aire limpio, mientras que, estando en los subterráneos de Nueva York y en los aledaños de un metro, es imposible no pensar en que, además de la explosión vegetal puedan venir unas no tan agradables compañeras: las ratas.
«Más de una persona nos ha preguntado por ellas. Pero hemos creado un sistema de aislamiento respecto a los túneles del metro, no solo por eso, sino para garantizar protegerlo también de los ruidos y crear un espacio seguro», explica la directora del proyecto.
Existe la reticencia lógica de que el Lower East Side, uno de los barrios que mejor mantienen el encanto precisamente «underground» de una Manhattan cada vez más depurada, acabe sucumbiendo a la explosión inmobiliaria que ha provocado el Highline, que ha revalorizado de manera insostenible cada tramo de esa antigua vía que llega ya desde la calle 11 a la 40.
«Hay similitudes y diferencias, ambas están en una infraestructura abandonada que se convierte en un parque público. Pero una de las cosas que es importante para nosotros, para el proyecto y que ha estado allí desde el principio, ha sido tener conversaciones con la comunidad de vecinos, que les haga parte del proyecto», prometen desde la iniciativa.
Mateo Sancho Cardiel
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