Washington, 18 oct (EFEUSA).- Los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron un antes y un después en la historia estadounidense, tanto que 15 años después el presidente Barack Obama no va a poder poner fin a dos guerras heredadas de esos ataques ante la falta de estabilidad en Afganistán e Irak.
Con el anuncio esta semana de que Estados Unidos no se retirará de Afganistán a comienzos de 2017 como estaba previsto, Obama se rinde a la evidencia de que el extremismo islamista y la falta de gobernabilidad siguen siendo dos problemas que la guerra más larga de la historia del país aún no ha solucionado.
Un coro de analistas de Defensa y exfuncionarios estadounidenses salieron a apoyar la decisión de Obama de no reducir las tropas en Afganistán a una mera presencia de seguridad diplomática en 2017, algo que parecía inevitable, sobre todo tras la caída temporal de la ciudad de Kunduz a finales de septiembre.
Washington ha decidido mantener los 9.800 militares actuales durante la mayor parte de 2016 y reducir a 5.500 esa presencia el año siguiente, sin fecha de retirada a la vista y sin que Obama haya podido poner fin a esa guerra (cerrada oficialmente el pasado diciembre) ni la de Irak (concluida sobre el papel en 2011).
Cierto es que ya no quedan los máximos de 170.000 soldados de 2007 en Irak o los cerca de 100.000 que había en 2010 en Afganistán, pero Obama, que llegó al poder en 2009 con la promesa de acabar con «guerras perpetuas», tuvo que volver el año pasado a Irak para ayudar a un estado que se desmoronaba y ahora abandona los planes de salir de Afganistán ante los avances de los Talibán.
«El uso de la fuerza por sí sola no nos hace más seguros. Una guerra perpetua mediante el uso de drones o fuerzas especiales o despliegue de tropas está condenada al fracaso y puede alterar nuestro país de manera preocupante», dijo Obama en mayo de 2013.
Desde aquel discurso, Obama ha visto cómo los yihadistas del Estado Islámico (EI) aprovechaban la guerra civil en Siria -donde Washington era reacio a intervenir- para extender el cáncer terrorista y sectario a Irak y cómo los talibanes conseguían un hito que llevaba resistiéndoles desde hace 14 años, tomar una ciudad, como ocurrió en Kunduz durante dos semanas.
«En Afganistán existía un peligro serio de que la situación en el país empeorara rápidamente si se mantenían los plazos previos», explicó este jueves en entrevista con la cadena televisiva NBC James Dobbins, ex representante de EEUU en Afganistán y Pakistán y analista del centro de estudios Rand.
Obama ha aprendido del peligro de que Afganistán, invadida por Estados Unidos en el otoño de 2001, suceda algo similar a Irak, donde la retirada de tropas de finales de 2011 fue seguida del envío de 3.000 soldados pocos años después.
No obstante, la Casa Blanca no quiere volver a tomar la iniciativa en el combate, y ahora centra ambas misiones en entrenar a las tropas locales, fomentar la gobernabilidad, proveer inteligencia con drones y otra tecnología puntera y realizar operaciones puntuales con las fuerzas especiales.
El precandidato republicano a la Casa Blanca Jim Webb, exalto mando del Pentágono y exsenador, aseguró este jueves en una conferencia en Nueva York que Afganistán está abocado a convertirse en un «narco estado» si no se definen claramente las prioridades estratégicas.
«Cuando estaba en el Senado, llegaban funcionarios del Pentágono a decirnos que ‘vamos a eliminar el opio’ (…), vamos a construir carreteras, van plantar tomates y fruta, van a conseguir que sea rentable (…). Ahora tenemos carreteras’. Te puedo decir que hay plantaciones de opio aún en todos los pueblo del país», aseguró.
Afganistán es el país en el mundo con el peor índice de corrupción, según el último informe de Transparencia Internacional, algo que sigue provocando que el Gobierno de Kabul sea una entidad alejada de la realidad de la mayoría de afganos.
El jueves, en rueda de prensa para explicar el cambio de estrategia en Afganistán, el jefe del Pentágono, Ash Carter, dijo que uno de los primeros reveses que han llevado a la decisión de no salir del país fueron las luchas de poder por la Presidencia entre el actual presidente, Ashraf Gani, y el jefe del Ejecutivo, Abdulá Abdulá.
Según Sarah Chayes, analista del centro de estudios Carnegie Endowment y que vivió en Afganistán, una de las principales lecciones que EEUU debe aprender es que «la gobernabilidad es un requisito previo a la mejora de la seguridad».
«El entrenamiento militar es prácticamente irrelevante para resolver este problema. Un gobierno menos corrupto, tanto a nivel local como nacional, es la clave. Es incluso más importante que proyectos de desarrollo», explica Chayes a Efe.
«La decisión correcta es proteger nuestra inversión en Afganistán (…), podemos planear y dar por terminado nuestro rol en naciones en conflicto, pero no podemos poner fin a guerras o a las amenazas de Al Qaeda, el Estado Islámico u otros elementos extremistas de la yihad mundial», avisaba ya este verano el exjefe de la CIA David Petraeus.
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